Había empezado a estudiar Psicología en Argentina en 1999. Era el siglo pasado. En aquel momento cursé los primeros dos años en la Universidad de Buenos Aires hasta que nuevos intereses me llevaron por un camino distinto. Si leíste otros artículos de mi blog, sabrás que esos intereses estuvieron relacionados con lo corporal y que, lejos de ser una distracción, sumaron una perspectiva que amplió mi forma de ejercer la psicología.
Poco más de una década después, tras haber viajado y estudiado un año en la UNED, en España, -donde ya me había familiarizado con el uso de la tecnología en la educación-, volví a los mismos pasillos que me habían alojado tiempo atrás en la facultad de Psicología en Buenos Aires. El edificio era el mismo, pero algo había cambiado: la transformación digital ya estaba presente y esto marcó una gran diferencia en mi vida como estudiante.
Como inmigrante digital —habiendo vivido un «antes» y un «después» de la era tecnológica— pude experimentar de primera mano la digitalización de los espacios. En este artículo te invito a recorrer conmigo dos momentos muy distintos de mi experiencia en la vida universitaria: “los tiempos del papel” y “los tiempos digitales”.
Aclaración: este texto es una adaptación de un trabajo práctico que realicé en el verano de 2012 para la materia “Informática, Educación y Sociedad”. En ese momento, en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires todavía no existían cursadas online y, mucho menos, virtualidad tal como la conocemos hoy (2025). El cambio más significativo que había vivido hasta entonces era el proceso de inscripción a las materias que describo a continuación.
La inscripción en tiempos del papel
En aquella época, antes de ingresar al CBC (Ciclo Básico Común), recibíamos un cuadernillo impreso con “información útil para el estudiante de Psicología”: cómo resolver trámites, listado de materias y breves descripciones sobre cada una de las cátedras. Cuando quería saber más sobre alguna de éstas, tenía que preguntar en algún pasillo a amigos o conocidos que ya la habían cursado y acercarme a la biblioteca o a la fotocopiadora para pedir el programa.
Las carteleras ubicadas en los pasillos eran la principal fuente de novedades de la facultad. Tenía que pararme frente a ellas y detenerme a leerlas para estar actualizada. En las carteleras, por ejemplo, se anunciaba cuál era la fecha de inscripción. Y unos días antes de esta fecha iba a la facultad para encontrar en las carteleras la información sobre la disponibilidad horaria de cada materia. Y anotaba en un papel las posibles combinaciones de horarios. Tenía que anotar varias opciones, porque era muy probable que la comisión que eligiera estuviera completa.
Entonces llegaba el día de la inscripción, como vivía a una hora y media en colectivo de la facultad, me levantaba muy temprano para llegar de las primeras y aún así hacer largas colas. Cuando llegaba mi turno, completaba un formulario con las opciones que había anotado y se lo entregaba a alguna de las personas encargadas del tema. Si todo salía bien, me llevaba mi papelito sellado, comprobante del trámite que por supuesto no garantizaba la vacante. Unos días más tarde volvía a la facultad a mirar carteleras, a anotar mis horarios y los de algún compañero que me había pedido que me fijara los suyos.
La inscripción en tiempos digitales
Una década más tarde, mientras viajaba en colectivo a encontrarme con una amiga, decidí cursar una materia de verano. Saqué el celular, entré a la web de la facultad, revisé el calendario académico y agendé la fecha de inscripción. Consulté la oferta, descargué el programa, leí experiencias de otros estudiantes en foros y guardé los horarios, todo en menos de 15 minutos, viajando en colectivo.
Llegado el día, solo tuve que ingresar al sistema académico con mi usuario y hacer clic en la materia deseada. No hubo colas, ni carteleras, ni viajes: toda la información estaba al alcance de la mano, en el momento.
Reflexiones de una inmigrante digital
Antes, la información estaba ligada a un espacio físico y acceder a ella implicaba desplazamientos y tiempos largos y momentos específicos. Hoy, la información está en todas partes, todo el tiempo accesible desde dispositivos que son casi parte de nuestros cuerpos.
Vivir esta transición mientras estudiaba Psicología en Argentina me permitió comprender que la tecnología no solo cambia los procesos administrativos, sino también la forma en que aprendemos, nos comunicamos y trabajamos.
Hoy, como psicóloga online formada en Argentina soy testigo de cómo este cambio también atraviesa mi práctica profesional: las pantallas y las herramientas digitales se volvieron parte de los encuentros terapéuticos y la distancia ya no es un límite para encontrarnos.
Si estás buscando iniciar un proceso terapéutico, acá podés conocer más sobre mi forma de trabajo.